NUESTRO PASO POR LA INDIA DE GANDI

Cuando llegamos a la India, sentí por unas horas que el desaliento pudo conmigo. Después de un alojamiento en Nepal que era peor de lo que nunca encontré en África, nos enfrentamos en Delhi, a un calor húmedo y a una ciudad enorme e intransitable. El alojamiento eran dos enormes habitaciones con unas 20 camas cada una, en donde dormían la gente del equipo base y otros indios que no conocíamos y para colmo, los baños se parecían demasiado a los de Nepal. Por si fuese poco, no me dejaban fumar.

Me levante muy temprano, salí del recinto para no ofender a nuestros anfitriones y en la calle encendí un cigarrillo. Un señor que hacia las veces de vigilante y que había dormido en la entrada envuelto en una sábana, se me acerco, con ganas de conversar. En muy poco ingles y algo de francés me explico que “eso” donde nos alojábamos, eran las antiguas oficinas de Gandhi en la ciudad y que por eso el edificio tenía el nombre de su mujer, “Kasturba”.

Mi clima cambió por completo. Allí, en ese jardín había paseado el Mahatma, por ese suelo, bajo esos mismos árboles. Fue el comienzo de nuestro apasionante viaje por la vida de este gran hombre.

Por la tarde visitamos conmovidos el lugar donde quemaron su cuerpo, mientras en la marcha nos acompañaba un conocido actor de Bollywood perfectamente caracterizado. La carga emocional fue tanta, que un transeúnte se le acercó, toco sus manos y sollozando le susurraba “bapu” (padre).

Por la noche pudimos conocer a una de sus descendientes que es la directora de una fundación que lleva el nombre de Gandhi y se ubica en el lugar exacto donde lo mataron. Nos honró obsequiando a cada miembro del equipo base, con unos pañuelos elaborados con el mismo tipo de rueca que popularizo el Mahatma en su lucha contra los ingleses. Vimos el sitio exacto donde le dispararon, y sus últimos pasos, resaltados hoy con figuras de cerámica, de camino a su lugar de oración pública diaria.











En Bombay finalizó nuestra aventura visitando su casa, donde aún se conservan sus muy pocas pertenencias personales. Sus zapatillas, la rueca, el colchón, su vasija para comer.

Una verdadera sobredosis de emoción, para los que tanto hemos aprendido con este hombre. Por cierto que no volví a pensar en los desastrosos baños.

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